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Si piensas en la bolsa, te vendrán a la cabeza el ajetreo, los gritos, los números en grandes pantallas, y un ir y venir desenfrenado de brokers con chaquetas de colores que compran y venden en lo que parece una acción desesperada. Sin embargo, la bolsa, en sus inicios, estaba muy alejada de esta dinámica agotadora. Y más en Holanda, donde parece que todo discurra a un ritmo más pausado.
Así, en la Edad Media, el comercio empezaba a desarrollarse de forma importante en este país. Los mercaderes y comerciantes se citaban junto al puerto para llevar a cabo sus negocios. Ésta era una zona siempre viva, donde llegaban y desde donde partían las mercaderías. Por ello, parecía el lugar idóneo para llevar a cabo intercambios comerciales, acuerdos, etc.
Si el buen tiempo acompañaba, estas reuniones se celebraban al aire libre, pero en caso de lluvia o tormenta, algo habitual en la ciudad, los comerciantes corrían a cobijarse bajo tejados o portales. La necesidad de encontrar un sitio cubierto y adecuado para llevar a cabo estas negociaciones era cada vez más imperiosa.
No fue hasta el siglo XVI cuando Amsterdam decidió seguir el modelo de otras ciudades europeas, como Londres o Amberes, que habían edificado ya construcciones habilitadas para facilitar estos intercambios. Parecía que empezaba a nacer la bolsa como tal, o al menos ya era una entidad en mayúsculas y con construcción propia, y Amsterdam quería estar a la altura. Por ello, el prestigioso arquitecto Hendrick de Keyser viajó a Londres para visitar el edificio de la Bolsa e idear un proyecto para la capital holandesa.
La historia de la Bolsa de Amsterdam no fue cosa de dos días. Su primer edificio data de 1608 y fue alzado en el Rokin. Su característica principal era un bellísimo patio con columnata flamenca manierista. Solamente entre estas paredes y en un horario establecido se podían realizar los negocios. Precisamente con este objetivo, en el edificio se alzaba, dominando el patio, una gran torre con un reloj que marcaba los horarios de apertura y cierre, y en los que estaban permitidos los tratos.
Este edificio original, con el tiempo, fue demolido y sustituido en 1845 por un modelo de estilo renacentista de Jan David Zocher. Se trataba, según escribieron en la época, de “un pequeño pórtico jónico que da a un templo dórico”, y no era en ningún caso adecuada a las necesidades requeridas. El paso y el uso de esta Bolsa en la historia fue fugaz, y buena muestra de ello es el hecho de que Zocher se conozca solamente como paisajista, y no por el proyecto de este edificio.
Ante el panorama, el arquitecto Hendrick Petrus Berlage propuso un nuevo proyecto en una nueva ubicación.
La figura de Berlage, especialmente después de su proyecto de la Bolsa de Amsterdam, marcó la arquitectura neerlandesa, destacando por su estilo altamente revolucionario que influyó en la arquitectura de la ciudad de principios del siglo XX.
Esta pieza clave destaca por la simplicidad de sus materiales, entre los cuales destaca principalmente el ladrillo rojo claro. Sin embargo, cubre con bovedillas de hierro las tres salas, consiguiendo una dimensión realmente original. La armadura del tejado, una vidriera en estructura de acero, así como los tirantes, son visibles.
Aunque propuso un diseño innovador, la silueta de la fachada se inspira en la arquitectura municipal italiana de la edad media. Lo adivinarás en seguida en la torre cuadrada que flanquea la construcción. Esta torre, como en el edificio original, está coronada por un gran reloj.
Las obras fueron terminadas en 1903 y pintores murales, vidrieros y escultores locales participaron en la ornamentación.
Actualmente, ya no se escucha el sonido del dinero, la Bolsa de Berlage no tiene ya su antiguo uso. En vez de comprar y vender mercaderías, o acordar negocios imposibles, su función es espiritualmente más elevada, si se nos permite la concesión. Y es que el edificio acoge conferencias, exposiciones, reuniones e inlcuso los conciertos de la orquesta filarmónica de los Países Bajos.
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