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São Vicente da Fora

São Vicente da Fora (40)

Esta iglesia, con su imponente fachada, casi quita el respiro. Y no es por encontrarse al final de una empinadísima calle, sino porque su grandiosa fachada de calcárea blanca te revela que te encuentras ante uno de los edificios más impresionantes de la ciudad. 

El nombre de la iglesia se debe, en primer lugar, a que está consagrada al patrón de la ciudad, San Vicente, cuyas reliquias llegaron desde el Algarve al lugar donde se emplaza ahora la iglesia en 1173. En segundo lugar, el “de fora” es debido a que, por entonces, este lugar se encontraba fuera de las murallas de la ciudad. 

El arquitecto que la diseñó fue Filippo Terzi, quien también se había encargado de otra de las joyas de la ciudad, la iglesia de São Roque. Como en el caso de aquélla, la sobriedad de la fachada, de estilo renacentista, contrasta con la exuberancia decorativa más cercana al barroco del interior. Aunque fue una obra gestada en el siglo 16, las obras no terminaron definitivamente hasta 1627.

Sobre los elementos de la fachada, se puede destacar la sobriedad y la simetría del renacentismo en los tres pórticos centrales, sobre los cuales descansan las estatuas de San Agustín, San Sebastián y San Vicente. También se aprecian estos valores en las dos torres iguales que flanquean la fachada.  

En el interior, el panorama cambia, tornándose de una pompa más barroca. Extraordinario, el artesonado con cuadros de mármol rosa y amarillo. 

Como en el caso de São Roque, el arquitecto proyectó una sola nave con capillas laterales. En este caso, son seis, y todas merecen la pena, desde la de Nuestra Señora de la Enfermería, con un mosaico de mármol policromo, hasta la de Nuestra Señora del Pilar, con un retablo de madera dorado y esculpido. 

Además, en el altar reluce un baldaquín barroco con tallas de madera, obra de Machado de Castro.

El interés artístico de São Vicente de Fora no se queda aquí, sino que continúa en el antiguo Convento de las Agustinas, adjunto a la iglesia, y al que se accede a través de la nave. 

El principal atractivo turístico son los azulejos que decoran tanto los dos claustros, como el interior del pabellón de entrada. 

En el vestíbulo, los cuadros de azulejos datan del siglo 18 y representan diversas escenas de conquistas históricas portuguesas. De todos modos, no le confieras mucha credibilidad a estas hazañas, ya que los expertos las han llegado a calificar de ingenuas y afirman que carecen de autenticidad histórica. 

En los claustros, podrás ver escenas campestres, rodeadas por flores y querubines. Se trata de ilustraciones de las fábulas de La Fontaine. 

Por último, São Vicente de Fora esconde un último tesoro: el panteón de Braganza. En 1885 se empezó a alojar aquí los sarcófagos de casi todos los reyes y reinas, desde el primer Braganza, Joao IV hasta Manuel II, que fue el último rey de Portugal. 

São Vicente de Fora, con su imponente silueta blanca,  marca la fisonomía de esta zona de Lisboa, y desde sus cúpulas se dominan los barrios de Graça y el Castelo. Y aunque el esfuerzo es grande para llegar hasta arriba, sin duda, merece la pena visitarlo. 

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