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Si decimos que Madrid es una ciudad muy madrileña, pensarás que estamos de broma. Pero pocas ciudades del mundo tienen una historia tan ligada al carácter de su gente, a sus costumbres, y a la manera de ser de los madrileños. Aquí, fue el pueblo quien inventó la ciudad, y pudo ser así porque un buen día Felipe II se empeño en que este lugar, y no otro, tenía que ser la nueva capital del Imperio.
Tal vez te resultará curioso saber que esta capital del mundo cristiano la funda un emir musulmán, Muhammad I en el año 860. Entonces se llamó Mayrit o Magerit que significaba lugar de numerosos manantiales, en referencia a los múltiples arroyos subterráneos que discurrían bajo la ciudad.
Mayrit seguiría siendo una pequeña ciudad medieval y musulmana hasta la conquista cristiana por parte de Alfonso VI en 1086. De aquella época apenas quedan vestigios arquitectónicos, aunque se sabe que en la ciudad conviven judíos, mudéjares y cristianos, de forma pacífica y tolerante. Ya entonces, la mezcla de razas y culturas sería un rasgo distintivo de la ciudad.
La historia de Madrid pasara sin más pena que gloria, como cualquier ciudad media castellana, hasta que un 11 de mayo de 1561, el emperador Felipe II decide trasladar a toda la corte y su séquito, formado por cientos de personas, al mismísimo Madrid. De la noche a la mañana, Madrid pasa a convertirse en uno los centros más importantes de poder, de Europa, y por qué no, del planeta.
El por qué escoge Felipe II Madrid es algo que aún se discute. Madrid no tenía catedral, ni universidad, ni siquiera imprenta. Además, la corte, y la esposa del monarca, Isabel de Valois, preferían ciudades más importantes como Toledo o Valladolid.
Probablemente, Felipe II apeló a razones prácticas. La ciudad está en el centro de la Península, su agua era buena, su clima agradable y sano y encima estaba próxima a al monasterio de San Lorenzo del Escorial. La llegada de la Corte, eso sí, supuso para la ciudad un crecimiento urbanístico desproporcionado y caótico, que tardaría unos cuantos siglos en solventarse del todo.
A pesar de que la dinastía de los Austrias se esmeró en construir monasterios y en adecentar la ciudad, Madrid no dejaba de ser una ciudad improvisada con más carencias que virtudes. En invierno, el fango de las calles hacía imposible ir a caballo por las vías principales, no había ningún tipo de alcantarillado y las aceras estaban llenas de basura arrojada cada noche desde las viviendas, que producían un hedor insoportable.
Además, Madrid aprovechó la confluencia de nobles y poderosos para llenarse de buscavidas y pícaros en busca de una rápida fortuna. Tanta fama adquirieron los maleantes de la capital, que en 1620 se publica la primera guía de la ciudad, titulada nada menos que “Guía y avisos a forasteros adonde se les enseña a huir de los peligros que hay en la vida de la corte”.
Si el mérito de hacer de Madrid una capital importante fue de los Austrias, fueron sin duda los Borbones quienes se encargaron de embellecerla. De todos estos monarcas, el que transforma la ciudad para bien es Carlos III. Durante su reinado, entre los años 1759 y 1788, el monarca se puso manos a la obra para equipara Madrid con el resto de capitales europeas. Así, Carlos III limpió la ciudad, adoquinó las calles para evitar el molesto fango, construyó el alcantarillado y el primer alumbrado de la ciudad. Además, contó con una plantilla de los mejores arquitectos ilustrados que se encargaron de construir algunos de los edificios más emblemáticos de la ciudad, como la puerta de Alcalá o el Paseo del Prado. Todas esas mejoras le valdrían al rey el apodo de “mejor alcalde de Madrid”.
Pero esta época de relativo esplendor se vería truncado con la invasión de la península de las tropas napoleónicas. La encarnizada lucha iniciada en Madrid un dos de mayo de 1808, contra el invasor francés, ayudó a reforzar el sentir patriótico de la capital. Madrid se sentía orgullosa de haber expulsado en una lucha casi cuerpo a cuerpo, al invasor más poderoso de Europa. Por fin Madrid tenía un papel reconocible en la defensa de la España contemporánea. Ahora, además de ser capital por designio real, lo empezaba a ser por méritos propios.
Con todo, la guerra contra los franceses destrozó el país y la ciudad, y desestabilizaría tanto la política española, que no es exagerado afirmar que el país no se normalizará completamente hasta recién instaurada la democracia en 1975.
Y es que tras la marcha de Napoleón, España tenía que reinventarse social y políticamente. Madrid fue desde entonces testigo de luchas entre liberales y carlistas, revolucionarios y conservadores, monárquicos y republicanos.
Imbuidos por un ambiente romántico, Madrid se llenaba de salvadores de la patria, que se reunían en las diversas tertulias vociferando los males de España y planteando las más variopintas soluciones. La cuestión era dramatizar la triste situación del país, y para eso, el carácter abierto y exagerado de la ciudad hacía las veces de improvisado escenario. Mientras Barcelona o Bilbao se industrializaban, aquí se discutía y se reflexionaba. El Madrid decimonónico no tendría mucha industria; le bastaba con su ejército de bohemios oportunistas y su corte de pseudo intelectuales.
Cuando a las múltiples discusiones, se sumó el hambre y la pobreza, la contienda civil no tardó en estallar. El 18 de julio de 1936, las tropas del General Francisco Franco se levantaban contra la república iniciando una guerra fraticida que duraría tres largos años. Madrid se alineó con el bando perdedor y sufrió las consecuencias. La ciudad fue asediada y bombardeada, y al terminar la guerra Madrid estaba física y moralmente destrozada.
Durante los cuarenta años de dictadura, Madrid se recuperará del desastre. Los edificios se vuelven a construir, los palacios se vuelven a restaurar, y poco a poco, la ciudad recobra el esplendor perdido. La gente vive con resignación los duros años de dictadura, y el pueblo, harto de problemas, decide olvidarse de la política y dedicarse al trabajo y al fútbol. Esas dos fueron, durante unas cuantas décadas, las auténticas vías de escape de las gentes de Madrid.
Por eso, con la llegada de la democracia, Madrid vuelve a las andanzas y se transforma en una ciudad moderna y libre que sabe y quiere divertirse. En poco menos de veinte años, Madrid se ha convertido en una de las ciudades más tolerantes, más abiertas y más interesantes del mundo. Y palabra que no exageramos.
El mérito de esta transformación es sin duda, cosa de los habitantes de Madrid. Su gente ha hecho de este páramo en medio de la península un lugar que merece ser visitado. En Madrid se vive bien, se come bien, y se disfruta mejor. Madrid es como los madrileños; locuaz, exagerada, intensa, feliz, canalla, y muy orgullosa de seguir siéndolo. En definitiva, Madrid es una ciudad muy, pero que muy Madrileña, abierta al mundo para que gente como tú la saboree y le saque el máximo provecho.
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