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Presidiendo la Piazza San Marco con una mezcla de serenidad religiosa y majestuosidad monumental, esta basílica ha sido un símbolo de Venecia desde el siglo XI, cuando se derribó la antigua iglesia que aquí se asentaba y que albergaba los restos de San Marcos, patrón de la ciudad, para levantar un templo que diese una idea real del sumo poder de la Serenísima República.
Sentido homenaje al arte bizatino, esta robusta basílica, consagrada en el año 1094, se construyó a imagen y semejanza de dos basílicas de la ciudad de Constantinopla: Santa Sofía y los Santos Apóstoles. Presenta una planta en cruz griega y cinco grandes cúpulas. Su imponente aspecto, de una belleza sin parangón en toda la ciudad, mira claramente a ese Oriente que tanta prosperidad proporcionó a los venecianos.
El lento proceso de ornamentación, que se inició con su construcción y se culminó en el siglo XV, le confiere un cierto eclecticismo, que aúna, por ejemplo, elementos góticos en los remates de las arcadas con el uso del mosaico, de claro influjo bizantino.
A destacar en el exterior, los mosaicos que representan el traslado del cuerpo de san Marco desde Alejandría, los relieves del pórtico central y los cuatro caballos que destacan sobre éste, que son réplicas de los originales en bronce que se encuentran en el interior. Estas figuras fueron traídas como botín desde Constantinopla.
Los caballos del exterior se encuentran en una terraza desde la que se contempla un fantástico panorama de la plaza. Aquí ocupaban su sitio los dux cuando tenían lugar las ceremonias oficiales en la Piazza San Marco.
Otro de los elementos que llaman la atención en la parte exterior de la basílica se encuentra en un rincón de la fachada sur. Allí podrás contemplar un grupo escultórico en pórfido que data del siglo IV y que suele recibir el nombre de Los Tetrarcas. Pese a que en un principio se pensó que las figuras habían sido esculpidas en Egipto, hoy en día se sabe que provienen de Constantinopla.
El interior de la iglesia es un fastuoso despliegue de arte dominado por una bella luz dorada. Entre los 4000 metros cuadrados de mosaicos que cubren las paredes, los suelos y el interior de las cúpulas, son de especial interés el Pantocrátor que se encuentra en el ábside y los apóstoles representados en la cúpula de Pentecostés, cuyas figuras son de un estático y sereno estilo bizantino.
Mención aparte merece la maestría de los artesanos que se encargaron de decorar la cúpula de la Ascensión, situada en la intersección entre la nave y el crucero. En la parte central aparece una majestuosa figura de Jesucristo vestido con túnica dorada que destaca sobre un cielo estrellado. Alrededor, cuatro ángeles. Más abajo podemos ver a la Virgen flanqueada por ángeles y los doce apóstoles.
La decoración de los suelos, realizada con teselas de mármol policromado, se extiende, pese a la irregularidad de los pavimentos, como una sutil alfombra decorada con motivos que representan formas geométrics y figuras de animales.
Por otro lado, son también hermosísimos los mosaicos que representan escenas del Antiguo Testamento en las linternas del atrio, como por ejemplo los dedicados al Génesis.
Entre tales muestras de riqueza, es difícil dirigir la mirada a puntos concretos. De hecho, muchos viajeros prefieren, si disponen de suficientes días, dosificar su visita a la Basilica di San Marco, y la dividen en varias jornadas.
Pero aunque el esplendor del templo sea tan abrumador, no podrás evitar fijarte en la Pala d’Oro, un impresionante retablo que se encuentra en el altar mayor. Se compone de 250 pinturas sobre paneles de oro decorados con más de 3000 piedras preciosas. Esta pieza forma parte del considerable tesoro que posee la basílica, que está formado además por numerosas piezas de oro y plata, como cálices y relicarios.
La opulencia del templo está a la altura de las funciones que ejercía en la vida política y religiosa de la República, ya que a parte de ser un importante lugar de culto, que sustituyó en 1807 a San Pietro como catedral de la ciudad, aquí tenían lugar actos como la recepción de dignatarios extranjeros o la presentación oficial del dux tras haber sido elegido.
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